Con la conformación de un ejército profesional, entrenado, especializado y armado con fusiles Remington y Mauser, el Estado uruguayo contaba con ventajas frente a los levantamientos de los caudillos, que movilizaban a grupos desordenados y armados de sables, lanzas y facones. Por su lado, el ejército, que desde la década de 1860 era dependiente directamente del gobierno, disponía de armas de repetición, ametralladoras y sistemas de suministro organizados.