Después de la Revolución de las Lanzas resurgió entre los jóvenes cultos de la ciudad la convicción de que la responsabilidad de todos los males del país correspondía a los partidos tradicionales y a los caudillos. Estos jóvenes universitarios defendían los principios constitucionales y legales, y de ahí su nombre: principistas. Del otro lado estaban los defensores de los partidos tradicionales autodenominados netos o, despectivamente por los principistas, candomberos.