La revolución industrial aumentó el interés de los europeos por el comercio con países de otros continentes, donde podían vender lo que producían en sus fábricas y también conseguir las materias primas que se necesitaban para su elaboración. A finales del siglo XIX el rápido crecimiento de las industrias europeas los llevó a conquistar muchos territorios en África y Asia para asegurarse los compradores y las materias primas que las mantuvieran funcionando. Había empezado la época imperialista.