Durante siglos las sociedades europeas estuvieron divididas en órdenes. Los integrantes de las órdenes privilegiadas eran los nobles y las personas relacionadas con la Iglesia. Ellos disfrutaban de privilegios y favores a los que los campesinos, comerciantes y artesanos no podían aspirar. Esta división desigual entre las personas se entendía como algo natural y que no podía discutirse. Por lo tanto, no todos eran juzgados de igual manera ni tenían los mismos derechos.